domingo, 9 de junio de 2013

TERROR: EL CURA PÁRROCO DE MISTRATÓ QUE ASESINÓ A SU AMANTE E HIJA PARA OCULTAR SU PECADO. LO CONDENARON




El padre del municipio de Mistrató, José Francey Díaz Toro, fue condenado el miércoles pasado a 45 años y diez meses de cárcel por el terrible crimen.
UNO. El 21 de noviembre de 2007, a plena luz del día, el CTI de la Fiscalía arrestó al párroco del municipio de Mistrató, José Francey Díaz Toro, por el doble homicidio de una mujer y una niña. Los cuerpos habían sido recuperados nueve meses atrás de un cafetal a orillas del río Guática, límite entre los municipios de Belén de Umbría (Risaralda) y Anserma (Caldas). La necropsia explicó que fueron asesinadas con golpes contundentes en la cabeza, empacadas en costales y rociadas con gasolina.
Un negativo fotográfico que no ardió con los cuerpos y con otros efectos personales reveló la imagen de Díaz Toro junto a sus dos víctimas. Este indicio le permitió a la Fiscalía investigar al cura hasta acopiar las pruebas y los testimonios con los que el juez promiscuo del Circuito de Belén de Umbría, Otto Gärtner Galvis, dictó la sentencia condenatoria en enero de 2008. Acogido a los cargos, el cura recibió una pena rebajada a la mitad: algo más de 23 años.
Meses después, en julio, el sepulturero del cementerio de Mistrató y mano derecha en la parroquia, José Antonio Morales Ramírez, también fue capturado, por coautoría en el doble homicidio. Aceptados los cargos, en septiembre de 2009 fue condenado a poco menos de 18 años.
Tras estos juicios, la opinión pública se enteró de las razones del crimen: las víctimas María del Carmen Arango Carmona (32 años) y María Camila Díaz Arango (5 años) eran la cónyuge y la hija de Díaz Toro. La relación sentimental entre el cura y María del Carmen venía desde 1995; en lugares donde no los conocían, se comportaban como una familia cualquiera —papá, mamá e hija—; pero en Mistrató y Belén de Umbría el cura hablaba de ellas como dos personas a las que él les estaba dando la mano empleándolas en la casa cural. Ellas, a su vez, en Pereira y Dosquebradas decían que Díaz Toro era un cuñado o un tío. La niña eludía la pregunta diciendo que su papá vivía en España. Esta relación era conocida por la mamá de María del Carmen y uno de sus hermanos.
No satisfecho con su oculta vida marital, Díaz Toro acostumbraba salir en las noches a municipios vecinos en busca de nuevos romances. En estos periplos lo secundaba el sepulturero. Hasta que María del Carmen se enteró de uno de esos romances y confrontó al cura. Lo presionó diciéndole que si no renunciaba al sacerdocio para desenmascarar la relación, lo denunciaría en la Diócesis. El cura, encolerizado, la mató, y luego a su hija, y con ayuda del sepulturero intentó borrar toda evidencia.
DOS. De unos 16.000 habitantes, Mistrató está situado a dos horas de Pereira, sobre el piedemonte de la cordillera Occidental. Habitado en su mayoría por colonos de ascendencia antioqueña, es el territorio del resguardo indígena emberachamí de Purembará.
Como es común en el Eje Cafetero, en este municipio predomina el catolicismo. Su parroquia —de dos torres con campanarios y un atrio elevado por escalinatas—, llamada San José, ha sido uno de los grandes orgullos de sus habitantes y visita obligada para los turistas. Adjunta a la parroquia queda la casa cural: edificación de tres plantas sin ningún acento especial.
Para algunos, Díaz Toro era un párroco como cualquier otro. No destacaba por misas excepcionales ni por haber emprendido obras de infraestructura. Una funcionaria de la Alcaldía me dijo: “Antes de que supiéramos de los crímenes, el padre nos parecía buena gente, cumplidor de su labor, pero no mucho más. Y luego de cometido el crimen, siguió celebrando las misas como si nada hubiera pasado. Al menos yo, que voy a la iglesia cada domingo, nunca noté nada extraño”.


Foto: El Espectador, del artículo por Juan Miguel Álvarez
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