Oscar Hincapié Velásquez
Cada año parece ser la misma situación coyuntural. Finalizando octubre se va asomando ya el espíritu navideño, se acentúa en noviembre y se acrecienta, obviamente, en diciembre. Parecen frases de cajón pero están en la realidad cíclica y moldean también nuestra personalidad adecuándola a esas situaciones y ambientes, haciendo propicia la época para la integración de familia y de amistad.Se desarman los espíritus, ojalá lo fuera para siempre, y los caminos son más fáciles de transitar y hasta el fardo que cargamos, en el que llevamos nuestras desventuras, penas y desdichas del año, buscando el mejor recodo para tirarlas, no es tan pesado pues pensamos que se pueden cambiar a la vuelta por cosas más agradables como las que suceden en serie en esta época decembrina.
Recorriendo el diciembre de hoy, establezco el contraste con los diciembres añejos, de un romanticismo rampante que no nos dejaba ver siquiera la verdadera identidad de quien traía los regalos de navidad especialmente al promediar la noche del 24, cuando aún entredormidos buscábamos debajo de la almohada el ansiado regalo del niño Dios. Era la única vez que nos permitían levantarnos a esa hora ya en la madrugada a disfrutar de los juguetes, ropa y demás utensilios que habíamos hallado cual ansiado tesoro que seguíamos utilizando todo el dia 25. Esto era la coronación de la Navidad pues antes se había rezado la Novena, sin tánta y demasiada como bulliciosa alegría de hoy, aunque era una fiesta inocente, ingenua, bonachona. Tánto que la jugada de los aguinaldos, lo que hoy llaman “amigo secreto”, era infaltable y tenía el candor de la aventura a la que sometíamos nuestros sentimientos. De modo que “pajita en boca”, “hablar y no contestar”, “decir sí o no”, “beso robado” y tántas otras formas de jugar a los aguinaldos era algo de enternecedora belleza y no podíamos sustraernos a semejante proceso.
El diciembre de hoy, aunque es más técnico y sofisticado, encierra la misma alegría pero son más vistosos los arreglos y mucho más complicados los regalos. Los niños ansían sus juguetes con la misma esperanza e ilusión de los de antes, pero ahora se los llevan por montones, como fruto de tánta campaña de sensibilidad que hay para los unos, aunque para los otros son más vistosos los presentes y, más arriba, más ostentosos. Y de toda esta alegría se pasa al balance personal que por lo general empieza a diseñarse en los días posteriores a la Navidad. Por lo general no contiene las frias cifras de entidades e instituciones, sino el arrepentimiento de lo que se hizo mal y el propósito de hacer cosas en el nuevo año que en la mayoría de las veces no se cumplen.
Es el círculo vicioso de cada año, el viaje entre la felicidad y el balance.
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